Venid hasta el borde.
No, que caeremos.
Venid hasta el borde.
No, que caeremos.
Se acercaron al borde.
Los empujó, y volaron.

Guillaume Apollinaire

sábado, 12 de febrero de 2011

Un guerrero

“…Tomás de Aquino, en uno de esos detalles de genio que me reconcilian con él, definió lo arduo como lo elevatum supra facilem potestatem animalis, lo que supera las facultades animales, que son facultades de lo fácil. ¡Fantástica idea! El animal y el cobarde siguen siempre la lógica de la facilidad, que es a lo que todos nos sentimos tentados. Vladimir Jankélevitch –un penetrante analizador de los sentimientos humanos- dice en uno de sus libros: “El miedo es, como la mentira, una tentación de la facilidad”. Ya he mencionado las relaciones entre la mentira y el miedo. ¿Por qué voy a esforzarme, cuando es tan fácil claudicar? ¿Por qué voy a decir la verdad, cuando es tan fácil mentir? Pensar la verdad y decirla entra dentro de lo arduo, que empieza a delinearse como una heredad incómoda pero irremediablemente nuestra. Recuerdo una anécdota que cuenta Antoine de Saint-Exupéry en Terre des hommes. Va a visitar en el hospital a Guillaumet, un amigo piloto que ha tenido un accidente en los Andes y que ha conseguido atravesar las montañas heladas. Al contarle su aventura, Guillaumet le dice: “Lo que yo he hecho, te lo juro, no lo habría hecho ningún animal”. Me recuerda también una frase atribuida a Caballo Grande, jefe de los sioux: “Un guerrero –el guerrero ha sido siempre el prototipo del valiente- es aquel que puede atravesar una tormenta de nieve cuando ningún otro puede hacerlo”. No creo que necesite advertir al inteligente lector que si al hablar del miedo pasamos de la noción de ‘peligro’ a la noción de ‘lo difícil’ estamos dando a la valentía un ámbito de acción mucho más amplio, cotidiano y cercano. La pereza puede ser un tipo de cobardía, por poner un ejemplo. Y entendemos que Gracián elogiara la pintura de Velázquez diciendo que ‘pintaba a lo valiente’, es decir, arrojándose al lienzo con determinación y sin cautelas.

En muchas ocasiones he afirmado que nuestra búsqueda de la felicidad es con frecuencia desgarradora, porque estamos movidos por dos deseos contradictorios: el bienestar y la superación. Necesitamos estar cómodos y necesitamos crear algo de lo que nos sintamos orgullosos, y por lo que nos sintamos reconocidos. Una actividad que dé un sentido a nuestra existencia, por muy ilusorio que sea ese sentido. Tenemos, pues, que armonizar anhelos contradictorios. Necesitamos construir la casa y descansar en ella. Necesitamos estar refugiados en puerto y navegando. Ahora puedo completar la descripción. Aspiramos a huir de la angustia y a enfrentarnos a ella. La búsqueda obsesiva del bienestar fomenta el miedo, nos convierte a todos en sumisos animales domésticos, y la sumisión es la solución confortable –y por eso amnésica- del temor. La valentía, en cambio, nos libera, pero –molesta contrapartida- nos hace perder parte del bienestar. Hace despertar en el gatito modorro al felino libre que vive, sin duda, menos cómodo, sin calefacción, sin cestito, sin comida puesta, y sin arrumacos. Nos lanza al descampado, que es el territorio de la libertad y de la creación.”


De ‘Anatomía del miedo, un tratado sobre la valentía’ de José Antonio Marina, que lo leí hace tiempo pero que hoy he cogido el libro sin intención clara y se ha abierto por esta página.

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