Venid hasta el borde.
No, que caeremos.
Venid hasta el borde.
No, que caeremos.
Se acercaron al borde.
Los empujó, y volaron.

Guillaume Apollinaire

martes, 31 de diciembre de 2013

El encanto de las pantallas

 

“El extraño poder de la televisión para hacernos adictos a ella se deriva del hecho de ser una literalización de la imaginación. Nos ofrece visiones artificiales y un sustituto adulterado de Otros Mundos. Miramos ‘fascinados’ a la gente pequeña en la pantalla, pero sus imágenes no son, como en las auténticas experiencias imaginativas, más reales que la realidad cotidiana, sino menos. Corresponden al estado de ‘vaga ilusión infestada de imágenes’, la eikasía, que Platón describe como la percepción de los prisioneros que están obligados a mirar fijamente a la pared del fondo de su caverna, en la que oscilan meras sombras de la realidad: ‘la forma más baja e irracional de conocimiento’, como la denomina Iris Murdoch.

Esto es lo más pernicioso de la televisión. No es el contenido de sus programas, que en su mayor parte liberalizan la psicopatología del mito –culebrones interminables sobre ‘mundos inferiores’ de enfermedades y crímenes, hospitales y policías, sexo y muerte, que excitan y trivializan-, sino, más bien, la forma misma de la televisión, el propio medio, cuyo naturalismo falsifica la realidad. Escribo esto con emoción porque yo mismo soy un adicto crónico a la TV, a quien le resulta difícil apagar el aparato incluso a las dos de la madrugada, cuando estoy muerto de cansancio y no hay más que basura en cualquiera de los canales que sintonice. ¿Cómo puede ser esto?

Mientras nos alimentamos con imágenes que no son, como diría Platón, representaciones de formas eternas, que no son, como podríamos decir nosotros, arte, seguimos sin alimentarnos, es decir, nuestras almas siguen sin alimentarse. Deseamos ardientemente más y más imágenes; tenemos que quedarnos ante el aparato hasta el final de la historia, sin que importe lo banal o predecible que pueda resultar, con la esperanza de que nos dé esa satisfacción que nos proporciona el contacto con un auténtico Otro Mundo, sea a través de nuestra imaginación o de la de otros. Pero la televisión no puede proporcionar eso. Cuanto más la miramos, más enfermos nos sentimos ante el exceso de imágenes precocinadas, recalentadas, ante la ‘proliferación interminable de imágenes sin sentido’.

No quiero que mis observaciones sobre la tecnología suenen a una diatriba ludita. No estoy contra la tecnología, y, como la mayoría de la gente, tengo razones para estarle agradecido de muchas maneras. Sólo quiero reconocer que cuando está divorciada de la tekhne –lo que supone también el divorcio de las raíces imaginativas de todo esfuerzo técnico-, la tecnología puede conducir a un tipo de proliferación maníaca, que es la contrapartida de la inflación de nuestro ego colectivo y de la pérdida del alma. Queremos siempre más para satisfacer nuestro deseo –más máquinas, más imágenes y, ahora, más ‘información’-, como si este ‘más’  cuantitativo pudiera llenar el doloroso vacío; como si ‘información’ fuera conocimiento

Éste es el inconveniente de una red de información mundial (www). Por útil que pueda resultar esta herramienta de trabajo, nunca llegará a ser el Alma del Mundo, a la que inconscientemente imita, porque es una prolongación de nuestras propias entrañas. La tecnología de los ordenadores posee tal fuerza que se está volviendo presuntuosa. Sus ‘chips’ son pequeñas almas que lo animan todo, desde tostadoras ‘inteligentes’ a bombas; su ciberespacio es Otro Mundo de fantasía; la ‘realidad virtual’ es una falsificación mecánica y literalista de la realidad daimónica. Somos engañados por la inteligencia de los ordenadores, que nos hacen creer que podemos crear el Otro Mundo y manipularlo. Pero el Otro Mundo no es creación nuestra, en todo caso es él el que nos crea a nosotros; tampoco podemos manipularlo, sino, al contrario, sólo ser transformados por él.”

 

‘El fuego secreto de los filósofos’ de PATRICK HARPUR (Ed. Atalanta)

 

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