Venid hasta el borde.
No, que caeremos.
Venid hasta el borde.
No, que caeremos.
Se acercaron al borde.
Los empujó, y volaron.

Guillaume Apollinaire

domingo, 13 de enero de 2013

Origen y Presente II


        “Si queremos aclarar el trasfondo de lo numinoso, hemos de recordar que lo numinoso se ha considerado con buenos motivos como una vivencia primigenia. El carácter de vivencia lo sitúa en la esfera mágica. Si dividimos la unidad mágica de la vivencia y de quien la vive, como se suele hacer hoy, entonces resulta la afirmación dualista de que lo numinoso, visto desde el hombre, es una vivencia primigenia. Ahora bien, esta afirmación suscita la pregunta racional: ¿qué es la vivencia vista desde lo numinoso? ¿Es una liberación espontánea, la manifestación de poderes objetivos, o en realidad no es otra cosa que aquello que, en términos psicológicos, se ha llamado una ‘proyección’, a saber: la energía psíquica inherente al hombre que se transmite a cosas, acontecimientos o acciones del exterior? Tal vez lleguemos a una respuesta satisfactoria si hacemos dos reflexiones complementarias. Una es la de que la capacidad para la vivencia numinosa pierde factores desencadenantes en la medida en que avanza la concienciación: cuanto más consciente es el hombre, menos acciones, acontecimientos y cosas puede vivenciar numinosamente. Una tormenta, por ejemplo, tiene para el hombre primitivo, incluso para el niño de hoy, un carácter numinoso; es un poder, es la expresión de un poder de lo ‘enteramente otro’; el saber racional y las relaciones físicas de este fenómeno natural privan a la tormenta del carácter numinoso.
            Pero ahora podemos constatar algo muy extraño: en la medida en que se reduce la posibilidad de la vivencia numinosa en la naturaleza, aumenta en el arte creado por el hombre. Los estremecimientos que puede desencadenar el Requiem de Mozart o un poema de Hölderlin o un pensamiento filosófico, es probable que no tengan nada que envidiar al estremecimiento primitivo de una vivencia numinosa naturalista. Ahora bien, como la música se basa en lo mágico, la poesía en lo mítico, la filosofía en lo mental, representando cada una de ellas el manejo y el dominio de estas estructuras por el hombre, éste es capaz de invocar el efecto numinoso que mora principalmente en lo mágico y mítico.
            El resultado de la primera reflexión sería el siguiente: la vivencia numinosa disminuye con el avance de la concienciación, pero lo numinoso se desplaza desde la naturaleza al arte, o bien desde la correspondiente estructura efectiva a la realidad expresada por el hombre.
            La otra reflexión afecta a lo numinoso en tanto que se refiere a la capacidad visual del hombre primitivo. Todos los etnógrafos, todos los que hasta ahora han escrito sobre lo numinoso o sobre el Mana, nunca han tenido en cuenta que el hombre primitivo veía de otra manera y otras cosas que las que nosotros vemos hoy. Y, además, no sólo en la vivencia numinosa, sino hablando en general. Los dibujos del aura ponen de manifiesto que la capacidad perceptiva del hombre primitivo era diferente a la nuestra; percibía en parte más, en parte menos de lo que nosotros percibimos hoy. En cualquier caso, veía irradiaciones de energía, veía la fuerza motora, veía una parte del Mana de una persona. En este sentido, su vivencia numinosa es mucho más realista y palpable que la nuestra con una composición de Mozart, un poema de Hölderlin o una formulación de Leibniz. Esta forma de ver más realista se pone de manifiesto en otras partes además de en los mencionados dibujos. Una mirada a aquellas impresiones a color que se hicieron en China en los siglos XVI y XVII, nos muestra que, pese a los claros contornos de las ramas, flores, piedras y otras cosas representadas están como bañadas por emanaciones procedentes de ellas. Si contemplamos las impresiones a color de la Zehnbambushalle, o las del Lehrbuch des Senfkorngartens, editadas por Jan Tschichold, lo dicho puede confirmarse sin más, pues aquí se trata también de un fenómeno pictórico, de la misma índole que el que se puede observar en las relaciones y transiciones de colores de un objeto a otro en el impresionismo. Ilustran el hecho de que incluso el hombre principalmente mítico ve la fuerza que emana de las cosas. Pero como todo lo que produce un efecto en nosotros está en una mayor o menor medida en nosotros mismos, y siendo nuestros sentidos, por otra parte, limitados, todo lo que fluya hacia nosotros y sobrepase o quede por debajo de esa medida y de ese límite ejercerá en nosotros un efecto ‘numinoso’. El grado de nuestra comprensión de estas interrelaciones disminuirá, naturalmente, en la misma medida, su influencia numinosa.
            Retomemos ahora el hilo de nuestro análisis allí donde, con ocasión de las dos reflexiones emprendidas, hubimos de hollar dos nuevos caminos que nos permitieron conocer, por una parte, el desplazamiento de la vivencia numinosa y, por otra, la confirmación de su dependencia del grado de nuestra receptividad en el marco de la conciencia.
            Estos dos resultados clarifican de manera feliz nuestra cuestión principal acerca del trasfondo de lo numinoso. Al atribuir más importancia a la comprensión o al transparentar que a la fe, no podíamos darnos por satisfechos con el componente religioso que, según R. Otto, hay en lo numinoso. Así que tuvimos que preguntar hasta qué punto se constituye lo numinoso; dicho de otra manera: si es una exteriorización espontánea de poderes objetivos o tan sólo una proyección de energía psíquica humana en cosas, fenómenos o acciones que esta energética ha cargado psíquicamente.
            Esta pregunta creemos que ha quedado ya contestada, al menos aproximadamente. Y nos interesamos por el trasfondo de lo numinoso no porque queramos favorecer lo irracional, sino porque deseamos, respetando su estructura, dejar al descubierto sus fundamentos, que son capaces de soportar una nueva estructura o que pueden constituir su base de partida o su plataforma de salto.
            En cualquier caso, la respuesta a la pregunta planteada sigue siendo una empresa arriesgada, si consideramos la capacidad de transformación y, en consecuencia, la constancia del elemento numinoso, por ejemplo su desplazamiento de una tormenta a un poema, y si conocemos la dependencia de la vivencia numinosa tanto de nuestro grado de conciencia como de nuestra constitución psicofísica, estos dos hallazgos podrían sugerir que lo numinoso es, en términos psicológicos, una proyección; en términos psíquicos, una sobre- o infraestimulación de nuestra capacidad de resonancia; en tanto que lo numinoso sea un proceso incomprendido, seguirá siendo una correspondencia entre el interior y el exterior, entre el hombre y el mundo, el alma y el poder, en la que el hombre se integra o a la que se subordina; en tanto que sea un proceso comprendido, incluso cuando rebase los umbrales superiores e inferiores de nuestra capacidad de resonancia o ponga en duda sus límites temporales, permitirá mirar a través de lo interior y lo exterior, del hombre y del mundo, del alma y del poder. En esta constelación se expresa que el ‘poder’ inherente a nosotros –el alma-  y el ‘poder’ inherente a las cosas –lo numinoso-, por una parte, se compensan y equilibran y, por otra, en cierta manera se aclaran mutuamente, de modo que la estructura fundamental del mundo, es decir, la estructura fundamental de lo imperante, se hace accesible a nuestra comprensión, pudiendo llegar a transparentarse para nosotros.
            El papel que desempeña la conciencia en estos procesos es evidente: mediante la conciencia se puede revocar la proyección una vez realizada; o mejor: esta revocación misma es un acto de concienciación. La conciencia, por tanto, siempre tiene un carácter recuperador porque nos puede revelar una estructura menos dimensionada, ya que sus procesos sólo se pueden realizar por nosotros allí donde obtienen un carácter direccional a través de una dimensión añadida.
 

La conciencia también se ha equiparado con el contenido del saber. Se ha hablado, en este sentido, de una conciencia histórica, una conciencia moral, etc., con referencia a la presencia en el ámbito del saber de cosas o valores históricos o morales. Pero esta definición también nos parece insostenible. La conciencia es más que el saber, más que el mero conocimiento o la capacidad cognoscitiva.
La actual terminología psicológica que postula un ‘inconsciente’ como opuesto a lo consciente se hace culpable de una falsificación de hechos psicosomáticos dados originariamente. Esta terminología y los fenómenos falsamente estructurados por ella son un ejemplo clásico de las conclusiones equivocadas que surgen de la aplicación radical de un dualismo. No hay lo que se llama el inconsciente. Sólo hay distintas formas (o intensidades) de conciencia: una mágica, que es unidimensional; una mítica, que es bidimensional; una mental, que es tridimensional; y habrá una integral, que será tetradimensional y, en consecuencia, completa. Esta conciencia tetradimensional en ciernes es la ‘conciencia per se ‘ de dimensión nula en su origen, que se representa en el hombre y se transpone en él por mutación. Pues del mismo modo que la respiración estaba antes que el respirar, el pensamiento antes que el pensar, la vista antes que el ver, el ser antes que el ente, del mismo modo la concienciación estaba y está antes que las distintas formas dimensionadas de la conciencia.
 
 
La conciencia es la capacidad de abarcar aquellas relaciones que nos constituyen, es un acto de integrar y dirigir que se produce continuamente. Hemos de tener claro que la conciencia no se agota en un saber formal, ni siquiera en un saber reflexivo. No es idéntica al proceso mental, ni se limita a la mera conciencia del yo. Su función clarificadora no consiste en la mera especialización y temporalización. No es un mero estar frente a las cosas y los fenómenos, sino un espectador que observa y también una instancia actuante con funciones regulativas. Como asimismo está sometida a las mutaciones (¿o colabora en desencadenarlas?) que parecen transferir al hombre una presencia originaria previamente dada, con cada nueva mutación expresa que el hombre puede realizar esta presencia o actualización del origen. Por lo tanto, no sólo está vinculada al yo, sino también al ‘se’, sin por ello adoptar un carácter numinoso (a diferencia de la estructura mítica, donde no se da comprensión alguna de la efectividad del recuerdo). Mediante este doble vínculo con el yo y con  el ‘se’, que no representan ni una unidad, ni un complemento, ni una oposición, la conciencia es aquella intensidad que las mutaciones logran completar en el hombre. Sólo allí donde la conciencia ha superado su condicionalidad y limitación temporal numinosas, logra escapar del peligro de dividir el todo en una oposición o antítesis que le es ajena. La manera en que vemos el mundo depende enteramente de la forma de nuestra conciencia, que logra poner a este mundo límites espaciales y temporales. En la medida en que lo integremos gracias a nuestra conciencia –un logro para el que no nos puede capacitar una ampliación (o una expansión) de la conciencia, sino su intensificación-, actualizamos el ‘se’. Pero esto significa al mismo tiempo que en esa misma proporción se nos volverá transparente nuestra propia constitución, es decir, no sólo esa ‘parte’ que ya se manifestó y que intentamos aclarar mediante el análisis de las distintas estructuras, sino también aquella ‘parte’ que descansa latente en nosotros y que, junto con la parte que ya se ha manifestado, se hace accesible a una completud.”
 

‘ORIGEN Y PRESENTE’   JEAN GEBSER (Ed. Atalanta)

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