Venid hasta el borde.
No, que caeremos.
Venid hasta el borde.
No, que caeremos.
Se acercaron al borde.
Los empujó, y volaron.

Guillaume Apollinaire

martes, 7 de febrero de 2012

Tápies

ENTREVISTA: ANTONI TÁPIES
Publicada en El País 31/10/2004
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¿Y qué quiere decir serles útil?
Lo que quiero decir es que yo hago un trabajo muy individualizado. Yo voy a la caza de almas, no de masas. Convencer a las masas no creo que sea posible. Han de convencerse las personas por sí mismas. Cuando trabajo, lo que hago es poner una especie de mecanismos, para que la gente produzca un cambio en su manera de pensar y se ponga en el buen camino. Pero yo sólo le apunto un camino. Nada más. En realidad, es un trabajo muy modesto, ¿eh?
Yo no diría que es una pretensión modesta querer incidir en los demás. ¿A eso se ha referido a veces al decir que con su pintura buscaba la espiritualidad?
Espiritualidad en el sentido de abrir las conciencias. Cuando vienen a verte desde la India es quizá uno de esos momentos en que parece que lo has logrado. Sentirse comprendido, de eso se trata. Y cada vez pienso que se ha ido entendiendo mejor. Porque al principio incluso me han hecho sufrir. Tergiversaban lo que yo intentaba. Ahora, en ese sentido, estoy muy contento.
¿Cómo le tergiversaban y qué era lo que más le dolía?
Pues eso, que un niño podía hacerlo… Esto se dice mucho. En nuestro país hemos padecido un poco de falta de educación de la sensibilidad. Para que la gente perciba bien una obra de arte ha de tener una cierta preparación. Esto es indiscutible. Si no, puede decir eso, que lo hace cualquiera.
Hay pinturas suyas que son un pegote de polvo de mármol y una pata de silla rota. Durante años, su pintura resultaba difícil, y sí se necesitaba sensibilidad, o preparación para verla. Hoy, si alguien dice que su obra no le gusta se arriesga a que le consideren un paleto.
¡Ja, ja, ja!
Antes hablaba de encontrar el propio lenguaje. Una labor de años. Luego está la necesidad de tener una ocurrencia, una idea nueva, personal, que llame la atención. Algo que no se ha hecho antes, o que no lo parezca… Y eso, que parece imprescindible para ser un creador, ¿se busca denodadamente o sucede de pronto, como por encanto?
Es algo que va viniendo paulatinamente. Este trabajo está hecho de cosas positivas y cosas negativas. Muchas veces dices: no quiero ser como ese que me ha precedido, porque los que te precedieron están muy vistos, y a la sociedad ya no le sorprende. Por ejemplo, el colorido. Hay muchos grandes artistas que han usado mucho los colores primitivos. En el siglo XX, las vanguardias lo hicieron mucho. Colores simples. Rojo, amarillo, azul. De esto han abusado los pintores y la publicidad. Y ahora, la tele en color. Por eso yo decidí pintar con otros colores. Y tal vez también por la necesidad de buscar colores más profundos, más serios. En estas cosas hay una mezcla de todo. Como el sentirme cerca de la tierra. Siempre he querido acercarme a las formaciones del cosmos. En el fondo estamos hechos de tierra y volvemos a ella.
En su biografía cuenta lo importante que fue que casi muriera, para cambiar su actitud.
Tuve una especie de ataque cardiaco que me produjo un shock tremendo. Tenía 18 años. Y pensé que era el final, porque además me iba quedando frío. Es difícil explicarlo, pero lo importante es que es una experiencia personal bastante dramática y que me hizo ver la realidad de forma distinta. Y eso lo fui confirmando leyendo libros de sabiduría. Esto no quiere decir que sea un sabio, porque a estas alturas sigo siendo un aprendiz.
Pero, tacita a tacita…
¡Ja, ja!… Hay gente sensible, líderes de todas las religiones que me han ayudado.
Y si le pido que resuma en qué consiste todo eso, ese cambio, esa sabiduría, ¿qué me diría?
Es una especie de respeto por el misterio, para decirlo simplemente. Yo procuro, y en los cuadros lo hago conscientemente, que no se pierda ese sentido misterioso que tiene la realidad. Que cuando abras los ojos por la mañana te parezcan muy bonitos los pájaros que cantan. La ciencia nos ha ayudado a comprender muchas cosas, pero hay unos límites, y ahí está el misterio. Y este choque que a mí me ha producido la contemplación de ese misterio, creo que puede servir para que otros supriman tantas banalidades y tantas tonterías, para ir hacia lo más denso, a lo que desearíamos llegar algún día, a eso que de momento nadie ha llegado.


Usted dice haberse desprendido de los colores para buscar su lenguaje. ¿Y de qué más?
En primer lugar, me guió la idea de prescindir de los cánones del Renacimiento, de los clásicos, de la perspectiva, del claroscuro. Pero, sobre todo, de esto que decíamos antes que es la realidad. Y que no explica nunca la realidad profunda. Esto ya lo han dicho los hombres de ciencia. Imaginarse que un cuadro es una geometría que describe lo que vemos con los ojos sería muy pobre, ¿no? El artista ha de descubrir otros mundos, y yo fui prescindiendo de todos los cánones del arte clásico y convertí el cuadro en un objeto. El cuadro para mí tiene que ser un objeto, no tiene que ser un espacio donde pasen cosas, como en la pintura tradicional. Ha de ser un objeto que comunique emociones. Y a veces, medio en broma, medio en serio, he dicho que debe comunicar cosas tan fuertes que al tocarlo te dé como una descarga. Lo ideal sería que cuando tuvieras dolor de cabeza pudieras coger un cuadro y colocártelo en la cabeza como si fuera un talismán, un objeto mágico. Esto para mí ha tenido importancia, porque al objetivar tanto el cuadro prescindí algo del cuadro, y me metí a hacer esculturas que para mí no son otra cosa que objetos mágicos. Esto está muy ligado con las tierras cocidas (que precisamente exponemos ahora en el Reina Sofía), que son objetos misteriosos, como granos de polvo en movimiento. Yo me he desprendido también de la idea de que los cuerpos que llamamos sólidos lo son; no es así, sólo están moviéndose, porque en su interior están todas las moléculas y partículas en un dinamismo tremendo. Esto me da una visión de la realidad muy curiosa y, como he dicho antes, misteriosa. Tanto que a veces casi te da miedo y tienes que hacer esfuerzos para superar. Hay un momento en el que tú contemplas una montaña o un río y sabes que aquello no es ni montaña ni río. Que es un conjunto de partículas del cosmos que se están moviendo. Pero después tienes que poner el pie en el suelo y comprender que esto no hace desaparecer las montañas y los ríos, sino que los hace ver con otra mentalidad.
Y va usted y se empeña en pintar eso…
Sí, lo que me interesa es que detrás de la realidad formal hay otra realidad más profunda; que eso no lo inventamos los artistas, sino que lo dicen los hombres de ciencia. Y cada vez acabas haciéndote más amigo de esa idea.
Hay que tener personalidad para aventurarse a explicar estas cosas, para no temer que le tomen a uno por alguien que busca explicaciones a lo que hace.
Sí, pero lo que podía ser una pretensión, hoy lo ha vulgarizado la ciencia. Por ejemplo, san Juan de la Cruz, un místico extraordinario. Tiene el tema de la nada, que se aproxima bastante a esta mentalidad que estoy intentando comunicar. El que contempla la realidad para estudiarla, más que un contemplador sería un colaborador, porque con nuestra mirada hacemos cambiar la realidad.
¿Sí?
Es algo científico, no me lo invento yo. Las cosas no tienen esa sustancialidad que cree la gente normal. San Juan decía que llega un momento, cuando estudias la realidad, que ésta desaparece y se convierte en nada. En las épocas más racionalistas, como en el siglo XIX, se quería hacer creer que lo sólido es la razón y lo que explica bien las cosas. Y se despreciaba todo lo que estaba relacionado con las religiones. Y ahora son los mismos científicos los que se han dado cuenta de que hay misterios a los que llegaron las religiones 1.500 años antes que la ciencia.
Intuiciones colectivas.
Hay algo de esto. Dictados del inconsciente. Ya no dicen, como en la época de Freud, el subconsciente, que daba una sensación de cosa menor, de cosa mala. Yo no soy practicante de ninguna religión, pero comprendo que hay cosas en las religiones que van bien. Por ejemplo, el sistema de meditación que tienen muchas religiones orientales. Como estuve dos años en la cama, pues me acostumbré a pensar. Decía: voy a pensar un rato, y estaba pensando en la cama tan tranquilo. Y esto es algo muy próximo a la meditación.
Y esta forma de ser, mística, profunda, no impide que uno busque algo tan terrenal como gustar y sorprender con la obra.
Si yo hago algo que alguien hizo antes, lo dejo. Porque en el arte hay un aspecto sorpresivo, que es una forma de comunicar cosas. Y si haces lo que ya está hecho, aparte de que no tiene ningún mérito, no causa tanto efecto como la novedad. Hay que buscar mecanismos para sorprender. Como un predicador también debe buscar mecanismos de lenguaje para conseguir ser escuchado. Yo soy el primer espectador de mi propia obra. Y veo si me produce una emoción o un choque especial. Si no es así, retoco, o lo cambio, o lo dejo según está. Procuro ser la primera prueba de que lo que he hecho es eficaz. Para empezar, cuando entro en el estudio y veo las telas o las maderas me olvido de todo cuanto estamos diciendo. Totalmente. Y entonces abro la puerta a la intuición del inconsciente. Y voy probando materiales, muchas veces sin saber ni lo que saldrá, ni lo que deseo. Como una pintura automática. Pero, claro, ahora que soy un hombre mayor me cuesta más variar y tengo que llevar un poco de preparación, y así las imágenes que luego saldrán en el cuadro, primero me las imagino; un poco, sólo un poco, ¿eh?
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