Venid hasta el borde.
No, que caeremos.
Venid hasta el borde.
No, que caeremos.
Se acercaron al borde.
Los empujó, y volaron.

Guillaume Apollinaire

martes, 28 de febrero de 2012

El hilo de la fábula

óleo s/lienzo (65 x 81)


 
Prólogo (del libro de 'Los conjurados' de Jorge Luis Borges)

A nadie puede maravillar que el primero de los elementos, el fuego, no abunde en el libro de un hombre de ochenta y tantos años. Una reina, en la hora de su muerte, dice que es fuego y aire; yo suelo sentir que soy tierra, cansada tierra. Sigo, sin embargo, escribiendo. ¿Qué otra suerte me queda, qué otra hermosa suerte me queda? La dicha de escribir no se mide por las virtudes o las flaquezas de la escritura. Toda obra humana es deleznable, afirma Carlyle, pero su ejecución no lo es.
            No profeso ninguna estética. Cada obra confía a su escritor la forma que busca: el verso, la prosa, el estilo barroco o el llano. Las teorías pueden ser admirables estímulos (recordemos a Whitman) pero asimismo pueden engendrar monstruos o meras piezas de museo. Recordemos el monólogo interior de James Joyce o el sumamente incómodo Polifemo.
            Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso. No hay poeta, por mediocre que sea, que no haya escrito el mejor verso de la literatura, pero también los más desdichados. La belleza no es privilegio de unos cuantos nombres ilustres. Sería muy raro que este libro, que abarca unas cuarenta composiciones, no atesorara una sola línea secreta, digna de acompañarte hasta el fin.
            En este libro hay muchos sueños. Aclaro que fueron dones de la noche o, más precisamente, del alba, no ficciones deliberadas. Apenas si me he atrevido a agregar uno que otro rasgo circunstancial, de los que exige nuestro tiempo, a partir de Defoe.
            Dicto este prólogo en una de mis patrias, Ginebra. 
                                                                                          J.L.B.
                                                                                          9 de Enero de 1985

 
El hilo de la fábula 

El hilo que la mano de Ariadna dejó en la mano de Teseo (en la otra estaba la espada) para que éste se ahondara en el laberinto y descubriera el centro, el hombre con cabeza de toro o, como quiere Dante, el toro con cabeza de hombre, y le diera muerte y pudiera, ya ejecutada la proeza, destejer las redes de piedra y volver a ella, a su amor.
            Las cosas ocurrieron así. Teseo no podía saber que del otro lado del laberinto estaba el otro laberinto, el del tiempo, y que en algún lugar prefijado estaba Medea. 
            El hilo se ha perdido; el laberinto se ha perdido también. Ahora ni siquiera sabemos si nos rodea un laberinto, un secreto cosmos, o un caos azaroso. Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo. Nunca daremos con el hilo; acaso lo encontramos y lo perdemos en un acto de fe, en una cadencia, en el sueño, en las palabras que se llaman filosofía o en la mera y sencilla felicidad. 

‘Los conjurados’ de JORGE LUIS BORGES



6 comentarios:

Tremandur dijo...

Interesante...
Del cuadro me quedo con la sensación de velado del fondo... como si algo tapase lo que hubiera detrás...

Mercedes Blanco dijo...

Interesante también lo que me dices, (sí, puede que haya algo detrás del velo...). Muchas gracias!! Sergio.

Caio Fern dijo...

esta pinture es incredible.
me gusto mucho de las colores y passion.

Mercedes Blanco dijo...

Thank you very much! Caio, I'm glad that you visit me and your comment.

cardesin dijo...

Mercedes
Precioso !!!! la obra y todo lo que la acompaña!
Un fuerte abrazo!

Mercedes Blanco dijo...

Muchas gracias! Juankar. En el caso de las palabras de Borges ciertamente preciosas y mucho más. Otro abrazo para ti.