Venid hasta el borde.
No, que caeremos.
Venid hasta el borde.
No, que caeremos.
Se acercaron al borde.
Los empujó, y volaron.

Guillaume Apollinaire

miércoles, 8 de junio de 2011

La Aldea de los Vientos

Iba herido, vivía como un errabundo, era un hombre detenido en su niñez bajo ropajes adulterados. Desde hace mucho cada tarde se acercaba a la Aldea de los Vientos, allí la gente era amigable. Brillaba una mujer de sonrisa amable y cálidas palabras. En secreto, él la había convertido en su ángel. Cada noche regresaba a su segura soledad pero salía de allí menos niño, más hombre. Pasados los meses, el hombre recién estrenado entendió que ése era su lugar y que podía quedarse, incluso fantaseó con crear un hogar. Cogió fuerzas para declararse a la mujer, “ángel mío has hecho un milagro conmigo, me entrego a ti” le dijo; la mujer tardó un poco en responder, “aprendí a hacer un arte del halago para sobrevivir y sé que obra milagros pero yo no soy un ángel, aquí jugamos”. El hombre recién humano empezó a licuarse por dentro, hizo esfuerzos por mantener la dignidad recién adquirida y tapando la boca al niño desconsolado arrastró sus piernas bajo los ropajes de nuevo adulterados. Nadie vio al hombre humano, vieron al errabundo.

Iba herida, vivía como una errabunda, era una mujer detenida en su niñez bajo ropajes vistosos. Desde hace mucho cada tarde se acercaba a la Aldea de los Vientos, allí la gente era amigable, entabló amistad con un hombre encantador y muy amable. En secreto, incluso para sí misma lo había convertido en su ángel. Cada noche regresaba a su segura soledad pero salía de allí más cerca de sí misma. Pasados los meses, la mujer recién hecha entendió que ése era su sitio y que podía quedarse, incluso fantaseó con crear un hogar. Cogió fuerzas para declararse al hombre, “ángel mío, has hecho un milagro conmigo, me entrego a ti” le dijo; el hombre tardó un poco en responder, “aprendí a hacer un arte del halago para sobrevivir y sé que obra milagros pero yo no soy un ángel, aquí sólo nos distraemos”. La mujer nueva empezó a desmoronarse, hizo esfuerzos por mantener la dignidad recién adquirida y tapando la boca a la niña desconsolada arrastró sus piernas para salir de allí. Nadie vio a la mujer recién estrenada, vieron a la errabunda.

El hombre y la mujer tropezaron cuando se iban de la Aldea, se miraron y recelaron uno del otro, se dieron un segundo más al mirarse. Nadie sabe si se vieron errabundos y no se gustaron o se vieron casi ángeles.

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