óleo s/lienzo (60x80)
Venid hasta el borde.
No, que caeremos.
Venid hasta el borde.
No, que caeremos.
Se acercaron al borde.
Los empujó, y volaron.
Guillaume Apollinaire
sábado, 26 de abril de 2014
lunes, 24 de marzo de 2014
Desvestir
Después de caminar
escalar
arrastrar
huir
reír
gritar
desesperar
parar
titubear
rogar
volver
jugar
errar
descansar
mirar
…
Ha pasado media vida
¿todo ha sido soñar?
Oigo a media voz:
¿amas tu alma desnuda?
…
Sólo nos hallamos de verdad en la desnudez de
cuerpo y alma.
¿Quién habla?
.
martes, 4 de marzo de 2014
viernes, 21 de febrero de 2014
viernes, 31 de enero de 2014
...explorando
“…La alquimia siempre está en marcha, seamos o no conscientes de ello. Es el movimiento de la propia imaginación mitopoética. El alquimista solamente colabora con el movimiento y lo acelera, igual que lo hace un artista. En su esfuerzo por transformar el mundo, se transforma también así mismo y crea su propia alma. El arte auténtico, pues, implica siempre iniciación, tanto para el artista como para su cliente. Sólo puede ser realizado por la actividad imaginativa del sí-mismo y nunca por lo que a veces se le parece: las fantasías que solamente sirven al ego."
‘El fuego secreto de los filósofos’, PATRICK HARPUR (Ed. Atalanta)
sábado, 25 de enero de 2014
jueves, 16 de enero de 2014
martes, 31 de diciembre de 2013
El encanto de las pantallas
“El extraño poder de la televisión para hacernos adictos a ella se deriva del hecho de ser una literalización de la imaginación. Nos ofrece visiones artificiales y un sustituto adulterado de Otros Mundos. Miramos ‘fascinados’ a la gente pequeña en la pantalla, pero sus imágenes no son, como en las auténticas experiencias imaginativas, más reales que la realidad cotidiana, sino menos. Corresponden al estado de ‘vaga ilusión infestada de imágenes’, la eikasía, que Platón describe como la percepción de los prisioneros que están obligados a mirar fijamente a la pared del fondo de su caverna, en la que oscilan meras sombras de la realidad: ‘la forma más baja e irracional de conocimiento’, como la denomina Iris Murdoch.
Esto es lo más pernicioso de la televisión. No es el contenido de sus programas, que en su mayor parte liberalizan la psicopatología del mito –culebrones interminables sobre ‘mundos inferiores’ de enfermedades y crímenes, hospitales y policías, sexo y muerte, que excitan y trivializan-, sino, más bien, la forma misma de la televisión, el propio medio, cuyo naturalismo falsifica la realidad. Escribo esto con emoción porque yo mismo soy un adicto crónico a la TV, a quien le resulta difícil apagar el aparato incluso a las dos de la madrugada, cuando estoy muerto de cansancio y no hay más que basura en cualquiera de los canales que sintonice. ¿Cómo puede ser esto?
Mientras nos alimentamos con imágenes que no son, como diría Platón, representaciones de formas eternas, que no son, como podríamos decir nosotros, arte, seguimos sin alimentarnos, es decir, nuestras almas siguen sin alimentarse. Deseamos ardientemente más y más imágenes; tenemos que quedarnos ante el aparato hasta el final de la historia, sin que importe lo banal o predecible que pueda resultar, con la esperanza de que nos dé esa satisfacción que nos proporciona el contacto con un auténtico Otro Mundo, sea a través de nuestra imaginación o de la de otros. Pero la televisión no puede proporcionar eso. Cuanto más la miramos, más enfermos nos sentimos ante el exceso de imágenes precocinadas, recalentadas, ante la ‘proliferación interminable de imágenes sin sentido’.
No quiero que mis observaciones sobre la tecnología suenen a una diatriba ludita. No estoy contra la tecnología, y, como la mayoría de la gente, tengo razones para estarle agradecido de muchas maneras. Sólo quiero reconocer que cuando está divorciada de la tekhne –lo que supone también el divorcio de las raíces imaginativas de todo esfuerzo técnico-, la tecnología puede conducir a un tipo de proliferación maníaca, que es la contrapartida de la inflación de nuestro ego colectivo y de la pérdida del alma. Queremos siempre más para satisfacer nuestro deseo –más máquinas, más imágenes y, ahora, más ‘información’-, como si este ‘más’ cuantitativo pudiera llenar el doloroso vacío; como si ‘información’ fuera conocimiento
Éste es el inconveniente de una red de información mundial (www). Por útil que pueda resultar esta herramienta de trabajo, nunca llegará a ser el Alma del Mundo, a la que inconscientemente imita, porque es una prolongación de nuestras propias entrañas. La tecnología de los ordenadores posee tal fuerza que se está volviendo presuntuosa. Sus ‘chips’ son pequeñas almas que lo animan todo, desde tostadoras ‘inteligentes’ a bombas; su ciberespacio es Otro Mundo de fantasía; la ‘realidad virtual’ es una falsificación mecánica y literalista de la realidad daimónica. Somos engañados por la inteligencia de los ordenadores, que nos hacen creer que podemos crear el Otro Mundo y manipularlo. Pero el Otro Mundo no es creación nuestra, en todo caso es él el que nos crea a nosotros; tampoco podemos manipularlo, sino, al contrario, sólo ser transformados por él.”
‘El fuego secreto de los filósofos’ de PATRICK HARPUR (Ed. Atalanta)
.
lunes, 18 de noviembre de 2013
¿Nos vemos?
Un cerezo enfermo
caído de color
seco, contraído
me detengo
palpo sus ramas
veo su ahogo,
¿Él me ve?
Nosotros enfermos
caídos de color
abandonados
extendemos la mano o la negamos
nos mostramos o nos ocultamos,
¿Alguien nos ve?
¿Alguien se acerca y nos acaricia?
probablemente sí,
darnos cuenta
es nuestra búsqueda.
.
caído de color
seco, contraído
me detengo
palpo sus ramas
veo su ahogo,
¿Él me ve?
Nosotros enfermos
caídos de color
abandonados
extendemos la mano o la negamos
nos mostramos o nos ocultamos,
¿Alguien nos ve?
¿Alguien se acerca y nos acaricia?
probablemente sí,
darnos cuenta
es nuestra búsqueda.
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domingo, 27 de octubre de 2013
sábado, 26 de octubre de 2013
'La ascensión al Monte Ventoux'
“Un día del año 1336, el poeta italiano Francesco Petrarca hizo algo que nunca antes había hecho nadie: escalar una montaña para contemplar las vistas.
Obviamente, otros habían escalado montañas, pero siempre por algún motivo práctico, Aníbal cruzó los Alpes para atacar Roma, y Moisés subió al Sinaí para recibir las tablas de la ley de Jehobá. Y miles, o tal vez millones, de personas anónimas debieron de abrirse paso por cimas inhóspitas por incontables razones: en busca de alimento, huyendo del azote de bandidos o para encontrar nuevas tierras de pastoreo. Pero, con anterioridad a Petrarca, nadie se había tomado la molestia de ascender a una cumbre desalentadora y peligrosa por lo que llamaríamos simples motivos estéticos. Al menos no disponemos de ningún testimonio de ello precedente al suyo.
…, todavía en el siglo XVIII se evitaban en lo posible las montañas y demás paisajes agrestes, que hoy son tan codiciados por quienes buscan el placer de relajarse. La idea de escalar algo más complicado que una loma habría provocado las quejas del doctor Johnson y de cualquiera, hasta que Wordsworth y Coleridge lo popularizaron como pasatiempo. Aunque nos cueste imaginarlo, algo que para nosotros es tan ‘obvio’ como el deleite de ‘contemplar las vistas’ desde algún punto era, en tiempos de Petrarca, algo totalmente desconocido. Ponerse en peligro para hacerlo se consideraba una locura, o algo peor. Para algunas mentalidades, era algo demoníaco.
En una
carta que dirigió al profesor agustino de teología Francesco Dionigi di Borgo
San Sepolcro, Petrarca, que entonces contaba treinta y dos años, describía su
histórica e inaudita excursión. Había elegido el formidable monte Ventoux, un
impresionante pico francés situado al nordeste de Aviñón, donde el Ródano
separa los Alpes franceses de las Cevenas. Cerca se encuentra la principal
cordillera del centro de Francia, y la zona que rodea al propio monte Ventoux
tiene una gran carga histórica y esotérica. Trovadores, albigenses y cátaros
florecieron en esta zona, proporcionando al paisaje una afinidad con las ideas
gnósticas sobre la superioridad del autoconocimiento y la experiencia respecto de
la ignorancia y la fe ciega. Se desconoce si Petrarca tenía esto en mente
cuando realizó su ascensión, pero su relato deja claro que creía que, en cierto
modo, había transgredido la ley,
tanto de la Naturaleza como de Dios. Él sabe que lo que ha hecho lo distingue
de los demás hombres. La idea de escalar la montaña lo ha acechado durante
años, desde que era niño; era una especie de sueño secreto que agitaba su alma.
Cuando al fin lo ha hecho, está aterrado.
‘Ayer’, le
cuenta Petrarca a su amigo el profesor, ‘subí a la montaña más alta de nuestra
región, motivado únicamente por el deseo de experimentar su afamada altitud. Hacía
años que llevaba esto en mi alma y, como bien sabes, he deambulado por esta región
desde mi infancia.’ Siempre había tenido esa montaña a la vista, le explicaba
al profesor, y su deseo fue creciendo cada día hasta volverse tan intenso que
decidió darle salida.
Junto con
su hermano Gerardo, que lo acompañaba, Petrarca conoció a un viejo pastor por
el camino. Cuando lo informó de adónde se dirigían, éste, ‘con un torrente de
palabras, trató de disuadirnos, diciendo que nunca había oído de nadie que se
arriesgase en esa aventura’. Petrarca ignoró las advertencias del anciano, si
bien, a medida que empezaba a ascender, algún presentimiento debió de hacer
mella en su determinación. ‘Mientras continuaba subiendo, me alentaba a mí
mismo pensando que lo que hoy experimento redundaría en mi beneficio, así como
en el de muchos otros que aspiran a
la vida bienaventurada.’
Según
trasluce claramente en su carta, cuando Petrarca alcanzó la cima sufrió algún
tipo de conmoción emocional y psíquica. El texto se torna exaltado: los tiempos
verbales cambian y el lenguaje es más agitado; parece que el solo recuerdo de
su experiencia basta para que su consciencia se suma en la confusión y el
desorden. Un viento ‘desacostumbrado’ sopla a su alrededor, y Gerardo y él
deben resistir contra su fuerza. Pero más que ese viento potente, lo que
atemoriza a Petrarca con su majestad sublime es el espacio hasta entonces nunca visto que se abre a su alrededor. Lo
hechizan las ‘grandes vistas que mudan libremente’. Su inquietante extensión lo
impresiona, y se queda ‘inmediatamente atemorizado’.
Miré a mi alrededor: las nubes
estaban bajo mis pies […]. Después dirigí mi mirada hacia Italia […]. Suspiré a
la vista del cielo de Italia […]. Luego me volví hacia occidente. Mis ojos
buscaron en vano los Pirineos, la frontera entre Francia y España […]; en
cambio se veían con toda claridad la montañas de la provincia de Lyon a la
derecha, y a la izquierda el Mediterráneo que baña Marsella y Aigues-Mortes. Aunque
su distancia es considerable, nuestros ojos podían divisar el Ródano.
En aquel preciso momento, Petrarca experimenta lo que para
él es una sincronicidad profunda. Arrebatado por la visión del espacio que se
extiende ante él, sintiendo –acertadamente, como veremos- que ha abierto la
puerta a otro mundo, busca algún sostén
y toma su ejemplar de las Confesiones
de San Agustín. Abre el libro al azar, posa su mirada en un pasaje y lee: ‘Van
admirando los hombres los altos montes, las olas del mar, la larga trayectoria
de los ríos, la inmensidad del océano, la revolución de los astros, pero no
tienen la más mínima preocupación hacia ellos mismos’.
Fue como si
las Moiras le pusieran los puntos sobre las íes: lo que estás haciendo, Petrarca,
no es algo casual, le decían. Tiene una dimensión profunda, tal vez incluso cósmica.
Después de esto, las cosas serán diferentes.
[…]
… No sólo era una locura, como sin duda pensaron los
contemporáneos de Petrarca; era algo más que eso, pues se había dado el primer
paso hacia una nueva comprensión del mundo completamente nueva. Compresión que
nosotros aceptamos sin pestañear y que damos por sobreen tendida, pero que, como
gran parte de nuestra experiencia, es de hecho el resultado de un profundo
cambio en la consciencia humana, tan radical que la palabra ‘evolución’ no
resulta del todo exacta para designarlo. ‘Mutación’ sería más preciso. Se trata
en este caso de la mutación desde el mundo plano, bidimensional e ‘incrustado’
de la Edad Media al mundo que hoy experimentamos a diario: el mundo de la
distancia, del espacio ‘vacío’, de los ‘puntos de fuga’ y los horizontes que se
alejan. Es decir, el mundo de la perspectiva.
Éste fue el verdadero comienzo de la ‘era espacial’, y no la puesta en órbita
del satélite Sputnik en 1957. “
‘Una historia secreta de la consciencia’ de GARY LACHMAN
(Ed. Atalanta)
sábado, 5 de octubre de 2013
martes, 24 de septiembre de 2013
Polvo
Él todavía es
viento
Ha de ser ola y
luego, fuego
Modelarse en tierra
Y quizás para entonces
yo sea piedra
o polvo
mas polvo huracanado.
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viernes, 13 de septiembre de 2013
'Ver'
“… Y el arte ‘propio’, para Joyce, tanto con respecto a la materia sensible como a lo inteligible, reside en la percepción estética desinteresada, en la aprehensión, en lo sentido, mientras que el arte ‘impropio’ es el que está al servicio de intereses distintos de la estética…, como puede ser la ética, la economía, la sociología o la política.
Hay dos tipos de arte impropio: el que despierta el
deseo del objeto representado y el que suscita la aversión o el miedo al
objeto. Al arte que despierta el deseo, Joyce lo llama pornografía. En este
sentido, todo el arte publicitario es pornográfico, ya que está destinado a
promover en el espectador el deseo de poseer de alguna manera el objeto
representado. El retrato es pornográfico si no expresa otra cosa que la
similitud, si su objetivo es evocar en la mente la persona (o el animal)
representado, en lugar de atraer la vista y el sentimiento hacia la pintura en
sí misma, dentro de los límites del marco en que se presenta. De la misma
manera, un paisaje que sólo sea de interés como anuncio o recuerdo de un
determinado lugar, en vez de presentarse como una disposición estéticamente
atractiva de la materia sensible que es su objeto dentro de los límites de la
representación, es, a los ojos de Joyce, pornográfico. […]
Al arte que
suscita aversión o miedo, Joyce lo llama didáctico. La sátira, el retrato irónico
o burlesco y la crítica social son didácticos y, por lo tanto, desde la
perspectiva de Joyce, arte impropio. Tanto el arte fascista como el marxista
son, desde luego, didácticos, deliberadamente; pero en Europa y también en
Norteamérica, desde la época de Émile Zola (1840-1902), la didáctica sociopolítica
ha empezado a considerarse en muchos ámbitos como la única justificación del
arte, que de otro modo se tiene por ‘escapista’ o encerrado en su propia ‘torre
de marfil’.
Todo arte ‘impropio’,
ya sea pornográfico o didáctico, mueve al espectador, o, al menos, se propone
moverlo, a la acción, ya sea con una actitud de deseo o de miedo o repugnancia
hacia el objeto. Lo acerca o lo aleja de él, por lo que Joyce lo califica de cinético (del griego kinetikos, de kinein, ‘mover’); por el
contrario el arte ‘propio’ es estático (en griego, statikos, ‘que genera quietud’). Hablamos, por ejemplo, de un ‘arrebato’ o una ‘parálisis
estética’; una situación que no induce a ningún tipo de movimiento, sino a una
detención en la contemplación y el goce (estético). En palabras de Joyce: ‘La
mente se detiene y se eleva por encima del deseo y la aversión’.
Es esta
elevación de la mente y, con ella, del ojo que contempla, por encima del deseo
y la aversión, del deseo y del miedo, lo que asemeja a la vía del arte y al
artista con el místico. Sin esa transformación que es a la vez de la conciencia
y de la visión, no puede atravesarse el umbral al reino del arte. Las técnicas
por sí solas no sólo son inútiles sino que pueden descarriar incluso al artista
dotado de talento; así como, en la vía del misticismo, la adquisición de
poderes psicofisiológicos impresionantes mediante el ejercicio del yoga puede
llegar a ser causa de extravío del practicante. Lo advierten muchas leyendas
indias, que hablan de demonios que a fuerza de su extrema perseverancia,
alcanzaron a través del yoga tan extraordinarios poderes (siddhi), que pudieron incluso destronar a los dioses y adquirir el
control del universo. […] De manera
parecida, el efecto que ha tenido sobre la mentalidad popular en el mundo
actual el persistente didactismo sociopolítico de los medios de comunicación,
en combinación con la publicidad pornográfica (a la manera de los dirigentes de
la decadente Roma, cuando ofrecían a su población ‘pan y circo’, panen et circenses), ha sido desatar los
Jinetes del Apocalipsis a escala planetaria en el siglo XX (Apocalipsis 6:
1-8). ¿Qué estallido del espíritu hará falta ahora para reducir a la nada al
monstruo de mil cabezas que nos asuela?
Ha de ser
un estallido silencioso que, además, no generará su efecto sobre todos nosotros
de una sola vez. De hecho, las condiciones para su aparición ya están dadas. …”
‘Las Extensiones interiores del
espacio exterior’ JOSEPH CAMPBELL (Ed. Atalanta)
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