“…
La conciencia es un producto de la cultura judeocristiana. Pertenece a la idea
de la moralidad y, más adelante, al superego freudiano: la voz de los padres,
la Iglesia, el Estado o cualquier institución social que establece qué es
correcto y qué no lo es. Pero el daimon no es un moralista. De hecho, puede
oponerse a la conciencia, como cuando pensamos que debemos ‘hacer lo correcto’ –casarnos
con esa chica, aceptar el trabajo más seguro…- mientras el daimon nos susurra: ‘No
lo hagas. Te apartarán de tu verdadero yo y quedarás vacío y desconcertado’. Por
raro que parezca, hasta es posible pedirle a nuestro daimon que cumpla nuestros
deseos, por maléficos y ruines que sean; podemos apropiarnos del poder diamónico
para nuestros propios fines egoístas.
[…]
Aquellas
almas excepcionales que adquieren conciencia de sus dáimones, como le ocurrió a
Jung, tienen la satisfacción de culminar su propósito y, por lo tanto, su
verdadero yo. Pero eso no las hace inmunes al sufrimiento, pues, ¿quién sabe qué
páramos nos hará atravesar el daimon antes de que alcancemos la isla de los
bienaventurados? ¿Quién sabe qué luchas y heridas nos esperan –como a Jacob- en
manos de nuestro ángel? Nuestro daimon no nos enseña a buscar una cura para nuestros sufrimientos, sino
una forma sobrenatural de usarlos. ‘Me
costaba mucho convivir con mis ideas’, escribió Jung al final de su larga y fructífera
vida. ‘Llevaba un daimon dentro de mí […]. Me dominaba, y si a veces me mostré
implacable fue porque estaba en poder de un daimon […]. Las personas creativas
tienen poco poder sobre su propia vida. No son libres. Son esclavas y se rigen
por su daimon […]. El daimon de la creatividad pudo conmigo’.
Aunque
pueda resultar más difícil de apreciar, el daimon también está presente en
personas que no parecen tener nada excepcional. Tal vez no sea una llamada al éxito
o al encanto mundanos, ni a la grandeza o incluso la santidad, pero no deja de
ser una llamada a su carácter o
naturaleza. Todos conocemos a personas que llevan una vida en apariencia
rutinaria, que no han sido llamadas a tareas de excepción como la de poeta,
chamán o conquistador del universo, pero a las que vemos centradas, realizadas,
relajadas, interesadas, de buen humor, buenas.
Y parecen, además, felices. En griego, felicidad era eudaimonia, tener un buen daimon o complacido. No se trata de qué
hacen –pueden ser vendedores de zapatos o pastores-, sino de cómo lo hacen, con
qué arte, integridad y entusiasmo. Su vocación no radica en su trabajo sino en
su vida: en el bar, en la familia o en sus aficiones. En su vida imaginativa más
íntima. Es tan probable, o incluso más, que alcance la santidad la inadvertida
pero generosa madre de cinco hijos que un gran artista. Pues su llamada puede
ser el pasar inadvertida, ser lo más convencional posible, pero no de una forma
que la anule sino que le haga exaltar el valor de las pequeñas cosas –como hacer
la colada o conducir un coche-, sembrando la armonía, la colaboración y el
bienestar. Son personas de un atractivo antiheroísmo en una época en que lo
heroico suele oler a sospechoso: los constructores de imperios, los amasadores
de fortunas, el divismo de los artistas, los grandes triunfadores… Ninguna vida
es mediocre cuando se contempla desde el interior…”
‘La vida oculta del alma’ PATRICK HARPUR (Ed. Atalanta)
2 comentarios:
Grande Harpur;
Gracias mer por hacer recordar, ya q nuca es demasiado, la grandeza de la vida en lo más "pequeño" e inadvertido.
Jagodonos?? :))
Bienvenido! y gracias a ti por tu visita y por apreciar así lo que dice este autor. Encontrar algo o a alguien en sintonía, reconforta. Besos!
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