Venid hasta el borde.
No, que caeremos.
Venid hasta el borde.
No, que caeremos.
Se acercaron al borde.
Los empujó, y volaron.

Guillaume Apollinaire

martes, 18 de octubre de 2011

Gracias, Julio


Pinturas 

“Todo es diferente de nosotros y por eso todo existe”
Fernando Pessoa[1]

Mercedes Blanco (Logroño) usa del paisaje al modo en que nos sugiere John Brinckerhoff Jackson, extrayendo “de él nuestra identidad”, como “condición determinante de nuestro ser-en-el-mundo […]”[2]. Así, las pinturas de Mercedes Blanco aluden a paisajes profundamente íntimos, oníricos algunos, pero todos tan reales que se permite disponer de la riqueza geomórfica propia del territorio contemplado, sin que la huella antrópica pervierta una virginal construcción del mundo, con sus húmedos limbos e infiernos magmáticos, sin ánimo decorativo ni virtuosa deferencia naturalista. Los paisajes le sobrevienen, cuenta, como se aparece una luminosa cordillera a la salida de una angustiosa emboscadura. A veces, la primera pincelada de color desencadena la génesis del cuadro. En otras, la imagen surgida es tan arrebatadora que se entretiene en respirar junto al lienzo durante días sin importarle su conclusión, protegida en el estudio de las inclemencias del mundo en el que nuestra piel se pudre inexorablemente. Me atrevo a decir que los paisajes de Mercedes Blanco siguen haciendo la fotosíntesis una vez pintados. Y es que la manera particular en que la creación artística enmarca lo infinito para trasladarlo a un lenguaje comprensible en un tiempo y espacio mensurables, nos recuerda el grandioso esfuerzo que el artista hace al crear. 

“El pintor debe consagrarse por entero al estudio de la naturaleza […]”[3], nos recordaba un casto Cézanne quien deambuló por la Montaña de Sainte-Victoire hasta enfermar. Mercedes Blanco se gasta en mares, cielos y otras montañas, las de la mente supongo, tan similares a las que paseó en su juventud como el maestro francés. Es probable que la presencia de la naturaleza le nazca a nuestra pintora en forma de paisaje desde la infancia, pero Mercedes Blanco se aleja de las petulantes variedades de la naturaleza estacional. Los artistas, no solo los plenairistas, saben de la existencia de esa quinta estación pictórica donde las cuatro conocidas se refunden con aire alquímico, que no de laboratorio, poética y extraña, con atmósfera electrizada por las pasiones y sus gradientes extremos de temperatura. En esta estación hasta los colores se rebelan contra las convenciones. Incluso hoy, la transformación acelerada del clima terráqueo parece insinuarnos su interés por imitar a esta quinta estación de los artistas. En esa estación universal se dan algunas maravillosas coincidencias, a saber: August Strindberg fue autor teatral y en Mercedes Blanco el teatro fue puerta de entrada a la creación artística, y tras su paso por los escenarios y la milagrosa resurrección de personajes decidió trasegar con la pintura, pero nuestra pintora descubrió que aquello que las palabras apoyan generosamente en el talento gestual para existir, la pintura lo destruye con absoluta indiferencia, porque ningún rostro es en el teatro, en la vida, como se pinta en una pintura. August Strindberg fue pintor y Mercedes Blanco certifica aquí que lo es también. El sueco pintó paisajes y Mercedes Blanco se instaló en ellos hace tiempo. Observen ahora los cuadros de ambos y concluirán sin duda que Mercedes Blanco es alma gemela del escritor, la continuadora de un sentimiento pictórico que va más allá de la construcción del cuadro y solo por ello deberíamos felicitarnos.

Todos los colores se avivan ante sus ojos como si fuera espectadora de sí misma y no pudiera evitarlo. Atónita se pregunta si esa niebla que agrisa el cuadro será una evanescente mazmorra, o si por el contrario le asistirán las fuerzas, esas que a nosotros se nos paralizan, para abandonar el refugio pétreo y oscuro desde donde se divisa apenas una lejana luz y ninguna certeza más, como en el poema de Machado “Obscuro para que atiendan;/ claro como el agua, claro/ para que nadie comprenda/…”[4], duro trabajo este de la pintura tan hermoso. 

Julio Hontana Moreno



[1] Fernando Pessoa. Sobre Literatura y Arte. Editorial Alianza, Madrid 1987, p. 83.
[2] Horacio Fernández. Del Paisaje Reciente. Fundación ICO. Madrid 2006, p. 100; John Brinckerhoff Jackson, Discovering the Vernacular Landscape, New Haven y Londres 1984, A la découverte du paysage vernaculaire, Arles 2003, p. 255.
[3] Michael Doran (ed.). Sobre Cézanne. Edit. Gustavo Gili, Barcelona 1980, p. 64.
[4] Antonio Machado. Poesías Completas. Poesía y prosa. Tomo II. Edit. Espasa Calpe, Madrid 1989, p. 779.

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