“… A
algunos expertos en arte o literatura rara vez deja de notárseles la ausencia
de familiaridad inmediata y material con las obras que estudian. Será en parte
porque creen que la investigación excluye el entusiasmo, y también por un
prejuicio intelectual que valora lo abstracto por encima de lo concreto, y que
en el fondo, y a veces en la superficie, concede mucha menor seriedad a las
obras de arte o de literatura que a los discursos teóricos que se elaboran
sobre ellas.
También hay algo más triste, una
sequedad de espíritu, una falta de amor, y hasta de curiosidad, que se disfrazan
de suficiencia. No sé si se podrán estudiar las rocas o las bacterias o las
partículas subatómicas sin una disposición entusiasta, sin la convicción de que
vale la pena consagrar la vida a ese conocimiento, pero estoy bastante seguro
de que si no hay entrega y fervor y voluntad de asombro cualquier aproximación
a las artes es perfectamente estéril. Sin amar la literatura y sin disfrutar de
ella difícilmente habrá descubrimientos valiosos, y menos todavía transmisión
de las obras, esa militancia contagiosa de la que depende su supervivencia en
el porvenir. Como en las artes la sensualidad de lo visible y lo tangible es
mucho mayor que en la literatura, choca todavía más la aridez de mucho de lo
que se dice o se especula sobre ellas. …”
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