Pinturas de Tetsuya Ishida (1973 - 2005)
Desconcierta la naturalidad
con que parecemos considerar a los demás como objetos que pueden
ordenarse, clasificarse, manipularse, trasladarse, intercambiarse, que pueden
ser sustituidos o reemplazados. Dado que son semejantes, que queden reducidos a
ser similares. Uno por otro. O varios por uno. Ya no hay ni arraigo, ni
pertenencia, ni otra identidad que la que se requiere para la identificación.
Todo viene a ser contraseña y signatura, como garantía de una supuesta
privacidad que tiene algo de privación. En definitiva, así se tranquiliza al usuario,
y en cierto modo se le confirma como tal, mediante una cierta reducción o
desaparición del sujeto de acción. Es suficiente con que sea capaz de activar.
Y de aceptar. Puesto que no faltará exquisitez, vendrá a ser un objeto de
calidad.
[…]
Podríamos ingenuamente
atribuir estos males a la técnica
y culpabilizarla de nuestra poca consideración, que en definitiva es tan
nuestra y coincide con la que tenemos con nosotros mismos. Ya se dijo que “la técnica es la metafísica de la era atómica”.
Y ciertamente no es cuestión de desconsiderarlo. El hombre vino a ser sujeto y
bien pronto cuanto hay se pobló
de objetos. Incluso los seres humanos, queriendo sujetar, quedaron sujetados. Unos más que otros, tanto
que para ser sujetos algunos parecieron precisar que los demás fueran objetos a
su disposición. Pero eso no sería producto sin más de la técnica, sino ya
resultado de un dominio, de una tecnocracia.
Confiemos en que no sea del todo así, aunque quizá no pocos piensen que sea
demasido confiar.
Precisamente, la ciencia impide la reducción del
ser humano a los avatares de la técnica y, en tanto que pensamiento, por su
apertura y pluralidad, tiene especial competencia y responsabilidad y, desde
luego, capacidad, para no rendirse ni claudicar ante la caricatura de la
conversión de todo a objeto
representable y manipulable. La ciencia, que brota precisamente
del quehacer de los seres humanos, se ve enfrentada a esta inquietante
posibilidad.
Lo puesto en cuestión no es
simplemente la actividad o el quehacer, ni los planteamientos -que también-, lo
que es radicalmente cuestionado es el sentido mismo de en qué consiste hoy eso que denominamos ser humano, cuya
existencia, para ser tal, ha de labrarse y tejerse en la propia libertad. Una vez más, la cuestión
viene a ser la del sentido y el alcance de esa libertad. Si ignoramos o
desconsideramos la ciencia y su dimensión humana, sólo cabría aguardar
adormecidos el curso de los acontecimientos, que es tanto como asistir a
nuestra pura disolución, no ya en objetos, sino en cosas, útiles, quizá, utensilios. Y no se trata de una
aseveración desolada, sino de una anticipación aún tal vez razonable de lo que
ocurre o nos podría ocurrir.
ANGEL
GABILONDO, blogs.elpais.com 9.11.2012