“A menudo, Cézanne pintaba la misma escena una y
otra vez. Un día, a la orilla de un río, le comentó a su hijo que veía ante sí
tantísimos motivos ‘que podría estar ocupado durante meses sin necesidad de
cambiar de sitio’. […]
Al final, ‘se llega al fondo de lo que tenemos
delante’. Como el alquimista, cuyas acciones exteriores no eran sino la imagen
de su transformación interior, el pintor, al crear algo externo a él, realiza
una obra interior igual de preciosa: alcanza una visión más clara. […]
Goethe, como botánico, conocía bien el poder de la luz para
dar vida. Además, tenía la sensación de que la luz no sólo servía para dar
vida, sino que también podía, gracias a su acción incesante, crear el órgano
adecuado para percibirla. La evolución se ha desarrollado en el contexto de la
luz y, con el paso del tiempo, el cuerpo respondió con el órgano de la visión…
Si la luz no hubiera ‘visto’ al hombre, nunca habríamos visto la luz. […]
El pintor y el monje son diferentes de nosotros no por lo
que acontece en su interior, sino porque se entregan conscientemente a la
transformación. Se educan a sí mismos para el fin que han elegido. Por el
contrario, a la mayoría de nosotros nos educan otros y lo hacen para fines que
no hemos elegido. Por tradición, los artistas, los filósofos y los religiosos
han constituido ese pequeño segmento consciente de la sociedad que acomete la
importante –y a menudo dolorosa- tarea de la introspección y la crítica profética.
Son ellos quienes advierten los peligros de la mirada habitual, irreflexiva, y
toman consciencia de la necesidad de renovarse infatigablemente. […]
Para los pintores, los monjes y los científicos de verdad,
la sabiduría no es un objeto, sino un acontecimiento. El momento de importancia
crucial es el señalado por Goethe, el momento del ‘apercu’, revelación… Podemos despertarnos cada día durante sesenta
años con el brillo del amanecer y no llegar a ver la luz… […]
Para alcanzar la epifanía del conocimiento hay que tener órganos
de revelación, instrumentos internos; y el conocimiento nuevo requiere
instrumentos nuevos. Todos disponemos de los rudimentos de cada uno de esos órganos,
pero les negamos el cultivo que necesitan, descuidamos la práctica en cuya luz
podrían crecer y florecer.”
“Capturar
la luz” de ARTHUR ZAJONC (Ed. Atalanta)